Medicina de Época | Homenaje
a un Médico Pacifista y a un Escritor Soldado
Ventosas y cataplasmas de G. Orwell a G. F Nicolai
G.F.
Nicolai desde Córdoba Argentina 1925
|
GFN: pág. 52, 53, 54, 55.
Conocido es que en
los últimos tiempos todas las ciencias y sobre todo la medicina, se han vuelto
tan complejas que difícilmente pueda abarcarlas un hombre solo. La necesidad de
reducirlas a sus bases sanas de unos siglos ha, se hacía más y más imperiosa.
Hubo muchos médicos que deploraban los tiempos difíciles en que los
facultativos salían de todo apuro con un enema, una sangría y una ventosa, añadiendo
siempre una receta única, buena para todo. A estas tendencias modernas y
difundidas alagaba el sabio eficazmente, pero no volvió simplemente a la
trinidad anticuada, burlada ya por Moliére, sino que la reemplazó por Salvarsan
a la derecha , Digitalina a la izquierda y la prohibición de carne, añadiendo
no una receta única, sino siempre la última leída en la “Semana Médica”.
Progresos semejantes en la clínica
se comprenden, recordando la altura de la investigación experimental; basta
mencionar que en una sola semana se han muerto en el hospital de la universidad
una docena de hombres únicamente por envenenamiento con Stovaína en el ensayo
de probar este narcótico para la anestesia raquídea. Y mientras la ingrata
Europa molestaría al osado investigador, que hubiera mejorado tan eficazmente
el record mundial, aquí todos se empeñan en ahorrarle molestias. Es uno de los
rasgos más amables y más característicos, este sentimiento patriarcal que reúne
al profesorado como una gran familia que ayuda incondicionalmente al hermano, a
no ser, naturalmente que él estuviera en un puesto, que el otro apetezca por sí
mismo.
En todo caso la investigación es
libre: ninguna sociedad protectora de animales se opone a las vivisecciones,
ninguna sociedad defensora de los derechos del hombre dificulta las
experiencias clínicas. ¡Ojalá que en Europa fuese así! ¡Cuánto hubiese hecho! ¡Cuánto
más adelantada estaría la ciencia si en el viejo continente, tan lleno de
prejuicios tontos, existiese libertad semejante!
G.
Orwell desde París Francia 1929
|
DA: pág. 23, 24.
“Vi en una cama casi enfrente de mí
un hombre de pelo amarillento y hombros redondeados, sentado medio desnudo
mientras un médico y un estudiante realizaban alguna extraña operación en él.
Primero el doctor sacaba de su bolsa negra una docena de vasos pequeños como
vasos de vino, entonces el estudiante quemó una cerilla dentro de cada vaso
para extinguir el aire; luego el vaso fue espetado en la espalda o pecho del
hombre y la ventosa provocó una enorme ampolla amarilla. Sólo después de
algunos momentos me di cuento de lo que estaban haciéndole. Era algo llamado
ventosa, un tratamiento del que hablaban mucho los viejos textos médicos, pero
del que hasta entonces pensaba yo que se aplicaba sólo a los caballos…
“Miré este remedio bárbaro con
repugnancia e incluso un poco divertido. Sin embargo, un momento después el
médico y el estudiante cruzaron hacia mi cama, me irguieron y sin decir palabra
empezaron a aplicar el mismo juego de vasos, que no habían sido esterilizados
por ningún procedimiento. Algunas débiles protestas que pronuncié no tuvieron
más respuesta que si yo hubiera sido un animal. Estaba muy impresionado por la
manera impersonal con que los dos hombres actuaban sobre mí. Nunca hasta
entonces había estado en la sala pública de un hospital y era mi primera
experiencia con esos médicos que te manejan sin hablarte o, más aún, sin
hacerte el menor caso. Colocaron seis vasos en mí, y después sacaron las
ampollas y aplicaron los vasos de nuevo. De cada vaso salió alrededor de una
cucharadita llena de sangre de un color oscuro. Al acostarme de nuevo,
humillado, disgustado por lo que me habían hecho, consideré que ahora por lo
menos me dejarían tranquilo. Pero no. Había otro tratamiento en perspectiva, la
cataplasma de mostaza, al parecer cuestión de rutina como el baño caliente. Dos
desaliñadas enfermeras tenían ya preparada la cataplasma, y me la apretaron
alrededor del pecho como si fuera una chaqueta ceñida, mientras algunos hombres
que vagabundeaban por la sala en mangas de camisa se apelotonaban alrededor de
mi cama con gesto algo compasivo. Me enteré más tarde de que el mirar a un
paciente con la cataplasma de mostaza era pasatiempo favorito de la sala. Estas
cosas son normalmente aplicadas durante un cuarto de hora, y ciertamente son
bastante graciosas cuando no es uno el que las sufre. Durante los primeros
cinco minutos el dolor es severo, pero uno cree que puede soportarlo. Al cabo
de otros cinco minutos, esta creencia se evapora, pero la cataplasma está
pegada a la espalda y uno no se la puede quitar. Éste es el período en que los
espectadores se divierten más. Durante los últimos cinco minutos sobreviene
cierto entumecimiento. Después de quitarme la cataplasma me pusieron en la
cabeza una almohadilla y me dejaron solo.”
“No dormí, y ésta fue la única noche
de mi vida –quiero decir la única noche pasada en la cama- en la que no dormí
en absoluto, ni un minuto siquiera.”
Eileen, esposa de Orwell debe ser
operada de varios tumores de útero. Gran Bretaña | MS: pág. 389, 390.
El 29 de marzo de 1945, Eileen
empezó una carta a Orwell. Estaba en una cama del hospital, esperando que la
llevaran al quirófano, y su humor reflejaba el ambiente: “Querido, van a
operarme dentro de unos minutos, me han puesto la lavativa y la inyección
(morfina y en el brazo derecho, vaya fastidio), me han lavado y empaquetado y
parezco una momia envuelta en algodón y vendas. Cuando todo pase añadiré un
párrafo a esta carta para que la echen enseguida” (…) Pero algo no fue bien. El
organismo de Eillen reaccionó mal a la anestesia y tuvo un ataque cardíaco.
Estaba demasiado débil para soportar la conmoción y todos los intentos de
revivirla fallaron. Murió en la mesa de operaciones. Tenía treinta nueve años.
No se consideró responsables a los
médicos que la operaron de las circunstancias que causaron el ataque cardíaco.
El certificado de defunción los absolvía de toda culpa: “Paro cardíaco
producido bajo efectos de anestesia con éter y cloroformo debidamente
administrados para extirpación de útero”.
George Friedrich
Nicolai (1874-1964) alemán, era un hombre de fe, científico notable de
convicciones firmes y coraje. Su “Manifiesto
a los Europeos” de octubre de 1914 puede leerse en internet. Por el fue
cesanteado, encarcelado, y confiscados sus bienes. Siendo el médico del Káiser
y su familia, arriesgó todo y lo perdió todo. Pudo escapar ayudado por A.
Einstein y fue contratado como Profesor Titular de Fisiología Humana en la FCM
de la UNC en 1921. Pocos años en Córdoba le bastaron para que nos dejara su “Homenaje de Despedida…” elegante e
irónico. Quizás sería útil discutirlo en la UNC del siglo XXI.
G.F. Nicolai creía
que en Europa no se usaban ventosas ni enemas y en su estadía en Córdoba
registra doce hombres muertos por mal cálculo en la anestesia en el hospital de
la UNC.
George Friedrich
Nicolai era un hombre de fe, fe en los europeos educados, fe en que la europea
era una civilización superior, fe en que los “buenos europeos” de Goethe iban a ser más de cuatro. Pero fueron
cuatro. Pocos años después en “el viejo
continente tan lleno de prejuicios”, existía la libertad de fabricar campos
de concentración y hornos para quemar a millones de seres humanos.
George Orwell o
Erick Blair (1903-1950) británico, oficial de la Policía Británica en Birmania,
era un hombre sin fe, de convicciones firmes y coraje. Mató al elefante por ser
él, el hombre blanco que tenía fusil pero ese hecho le significó “la
pérdida de su libertad como ser humano”. Fue soldado en Cataluña y en su “Homenaje…” nos desmenuza las traiciones
del estalinismo y de los europeos por acción u omisión. Pudo escapar, no
lograron matarlo y nos dejó su “Homenaje
a Cataluña 1938” que quizás fuera útil releer para discutirlo hoy.
Sufrió en Europa
ventosas y cataplasmas en 1929. Su esposa murió por el mal cálculo de la
anestesia en 1945. Y “no molestaron a los
osado cirujanos”. No hay registro de cuántos muertos más hubo.
G. Orwell era un hombre
sin fe, sin fe en los europeos blancos y educados, sin fe en que la europea
fuera una civilización superior, ¿o sospechaba que los “buenos europeos” de Goethe eran pocos?
Estas Ventosas y cataplasmas de G. Orwell a G. F
Nicolai surgieron hace tiempo como una deuda de la medicina en general y la
europea en particular hacia Orwell; que con su mirada hacia todos los
protagonistas de la escena que relata, nos
reseña desde el lugar del paciente, la medicina en España en “Homenaje a Cataluña…”, las ventosas y
cataplasmas en París, citadas por el médico Británico Dannie Abse y la medicina
británica a través de Michael Shelden.
Nicolai, Profesor
Titular de Fisiología humana de la FCM, UNC es admirable por su “Manifiesto…” y sus observaciones sobre
la medicina de Córdoba en aquellos años. Como desconcertante su fe en la
civilización europea, habiendo perdido todo por llamarla a la paz.
Quizás con este
breve relato de ficticios intercambios entre ambos, saldo en parte aquella
deuda con Orwell, escritor, soldado y paciente.
Argañaraz
Balbina, 2011
Referencias:
GFN: pág. 52, 53,
54, 55.
George
Friedrich Nicolai, Médico Alemán.
Homenaje de despedida a la
Tradición de Córdoba Docta y Santa.
1° Edición Sociedad de
publicaciones EL INCA diciembre 1927
Edición facsimilar, UNC,
noviembre 2008
DA: pág. 23, 24.
Dannie Abse, Médico Británico.
Proceso a la Medicina. Biblioteca
Universal Caralt, Barcelona, 1976
MS: pág. 389, 390.
Michael Shelden, Escritor Británico.
George Orwell, Biografía Autorizada.
EMECE, Barcelona, 1993
No hay comentarios:
Publicar un comentario